Esta vida está llena de miserias, pero una de las más dolorosas es la derivada de la falta de ética, una carencia de la que algunos hacen bandera.
Lo tremendo es que se buscan los más variopintos efugios para justificar lo injustificable: la deslealtad. Esta falta de principios afecta – fundamentalmente – a quienes poseen o creen poseer un interés compartido. Son mala gente porque suelen elegir un disfraz de buena gente, un disfraz con el que disimulan (que se lo creen ellos) su egoísmo con presuntas posturas místicas o de honradez extrema. Y ahora, que vienen las elecciones generales, florecen estos individuos cual setas venenosas.
Bien, pues cuando me topo con impresentables de esa calaña, acudo con presteza a don Ramón Menéndez Pidal, un gran erudito – sin duda – aunque yo prefiero considerarlo un hombre de bien, un ejemplo de honradez y alguien incapaz de dar una puñalada por la espalda.
He seleccionado cuatro obras de don Ramón. La primera, “Poesía árabe y poesía europea, con otros estudios de literatura medieval”, me hace volar, sentirme libre de la canalla circundante y reposar en la pureza de la primigenia de los sentimientos, donde las sociedades luchaban por saber su identidad, en contra de la que los señores feudales (hoy los sigue habiendo, no hay más que darse un paseo por algún banco) les querían imponer, porque no nos engañemos: la historia de la humanidad va estrechamente ligada al egoísmo. Somos tan estúpidamente egoístas que nos hemos inventado la política, un fondo de saco útil para todo; desde luego, útil para matar, a veces de hambre (que es muerte adminícula y horrenda, como ya sentenciara Sancho Panza) a quienes discrepan de nuestro pensamiento, mientras lo justificamos de una y mil maneras. Tomen nota algunos asesinos disfrazados de islámicos o etarras. Es un libro bellísimo sobre la libertad de sentimiento.
La segunda obra, “el idioma español en sus primeros tiempos”, nos ayuda a comprender la gran mentira que nos venden los nacionalistas – auténticos opresores, las más veces crueles, de la modernidad – acerca de unos hechos diferenciales inventados e inexistentes.
“De primitiva lírica española y antigua épica” es el tercer libro. Aquí se analiza el origen de muchas historias, algunas de ellas hoy comunes, que revelan las enormes fantasías que alumbran lo intocable. Nos ayuda a centrarnos en el origen de la lengua, excelente “autopista de la palabra” y cauce de todos los sentimientos, así como de nuestra cultura.
Por último, “la epopeya castellana a través de la literatura española”, nos cuenta y disecciona su valor, el valor de la palabra; un arma poderosísima frente a cualquier ataque físico y capaz de pararlo. Puede con reyes y clérigos, con políticos y criminales. La palabra es nuestro gran tesoro, que sin lugar a dudas hemos de cuidar y alimentar primorosamente. Porque la palabra, como las plantas, los vientos o las aguas, sabe florecer, refrescar y saciar nuestra sed de vivir.
Entonces me aparece una humilde sonrisa, pues teniendo a Don Ramón conmigo, ¿por qué me han de inquietar los temblores de bujías de baja estofa? La lectura de sus obras espanta de mí la memoria de los miserables y me hace
sentirme vivo, tremendamente joven y lleno de proyectos e ilusiones. Quien no tenga proyectos, quien no se ilusione con las cosas, es un cadáver que deambula en espera de vacante en camposanto.
Aquellos primeros romancillos, no bien recobrados, son limpios y sin doblez, de principio a fin:
Llegaos, cavallero,
Vergüença no ayades;
Mi padre y mi madre
Han ydo al lugar,
Mi carillo Minguillo
Es ydo por pan,
Ni vendrá esta noche
Ni mañana a yantar;
Comereya de la leche
Mientras el queso se haze.
Haremos la cama
Junto al retamal;
Haremos un hijo,
Llamarse ha Pasqual:
O será Arçobispo,
Papa o Cardenal.
(El sol parado, Lope de Vega).
Lope de vega escribió más de 2500 obras de teatro, no conservándose todas ellas. Se repetía en muchas ocasiones, como ésta. En el auto de la venta de la zarzuela hay algo muy similar a este romancillo del sol parado. Cito, como don Ramón, este romancillo, porque creo que tiene varios aspectos interesantes a considerar. El primero es la naturalidad y sencillez con que se expresa. Por otra parte es una expresión de sinceridad: no se trata de insultar a nadie ni de justificar nada. La mujer reconoce su propio deseo y trata de satisfacerlo con sus humildes posibilidades. Hoy en día esto mismo se ocultaría tras una cortina de maldades familiares inexistentes que obligan al ayuntamiento carnal como venganza. Esta moza, sin embargo, no se venga de nadie. Es un romance muy latino, por su claridad.
Y es el latín antiguo el que predomina – como causa civilizada de nuestra lengua – en las vascongadas, Navarra y La Rioja, mientras que el latín moderno progresa por el resto de España, excepto por Cataluña, donde ese latín moderno evoluciona, mezclándose con el latín de la Galia. Así sucede que el latín moderno se sofoca por el árabe invasor, de tal modo que surge un nuevo latín distinto, a partir del antiguo, que no es sino el germen de esa maravilla que es el Castellano. Es indudable que los orígenes de nuestra bellísima lengua se encuentran en Álava – fundamentalmente – con las extensiones del señorío de Vizcaya, ejemplo histórico de lealtad a Castilla, de san Millán de la Cogolla, muy próximo a Berceo (de donde fuera oriundo el Maese Gonzalo de Berceo), de la ribera Navarra y de los valles guipuzcoanos. Allí, los frailes y gentes bizarras, entretenían el ocio guardando latines cultos, con espléndidas bibliotecas y destacadísimos pergaminos que acunaban unos textos cada vez más brillantes y espontáneos, aunque siempre alumbrados por el faro del viejo latín de Horacio o de Cicerón. Por tanto, tres hechos son destacables: el Castellano es más culto y rico en origen que el latino-‐galo. Posee más palabras, expresiones más cultas y variadas, así como un mayor contenido de términos. Si a eso le añadimos los vocablos árabes asumidos, vemos que el Castellano primitivo posee una fuerza infinitamente superior a la de cualquiera otra lengua peninsular. El catalán le sigue, pero distanciado. El portugués y el vascuence se hallan a gran distancia de este último. El portugués apenas si se esboza cuando el castellano es ya poseedor de literatura propia, cosa que tampoco tiene el catalán. Por último, el vascuence se empieza a escribir en el siglo XIX, y es ahora cuando, deprisa y corriendo, se está malinventando una lengua inexistente desde el punto de vista culto.
Pero la verdad es siempre incontinente. Hacia 1592 se empezó a cantar mucho por Madrid un romance nuevo:
Sentado está el señor rey
En su silla de respaldo,
De sus gentes mal regidas
Desavenencias juzgando.
Dadivoso y justiciero,
Premia al bueno y pena al malo,
Que castigos y mercedes
Hacen seguros vasallos.
Este iniciar de romance parece escrito en nuestros tiempos. Una vez más se nos muestra la sabiduría popular en su esplendor expresivo.
Otro ejemplo de capacidad de respuesta del pueblo, que es cualquier cosa menos idiota, lo encontramos en las historietas del ignoto rey don Bueso. El rey don Bueso era un personaje inexistente al que, durante siglos, se le cantaron coplas y romances, probablemente para poder criticar a la monarquía en un personaje cómico, poseedor de todos los defectos y que, además, era un rey. El pueblo siempre hila fino. Algunos chascarrillos son estos:
Camina don Bueso
Mañanita fría
A tierra de moros
A buscar amiga…
La cosa tiene su enjundia. No solo no va a pelear, sino que va a ligar, y con una mora, de espíritu más libertino en aquella época, o al menos eso se creía en los reinos cristianos.
Don Bueso iba de caza,
De caza como solía,
Los perros lleva cansados,
Los galgos ya no corrían…
El dichoso don Bueso era tenido por golfo, inútil o ambas cosas a la vez. Tampoco es nuevo esto. Realmente hay que ser bobo para correr la caza con perros cansados.
Doliente estaba don Bueso
De amores que non de fiebres;
Doloridas penas passa
Por mirar ojos crueles…
Ni siquiera disfruta del amor, el pobre don Bueso, a quien todos dan achares o menosprecian, como dicen estos versos:
En la antecámara, solo,
Del rey don Alfonso el bueno;
De una losa en otra losa
Paseando está el rey don Bueso…
El rey don Alfonso (menos mal que era el bueno), lo tiene dando paseos para que le quede claro la modestia de su reino, en comparación con el de Castilla. Don Bueso, por mucho que se enaltezca, no deja de ser un mindungui, comparado con el rey de Castilla. Hoy en día, quienes verdaderamente mandan son las superpotencias. Pensar otra cosa es ser un tonto de capirote, como sentenciara don Miguel de Unamuno a propósito de los individuos severos. En el fondo, lo de don Bueso no es sino una historia de cornamenta:
Para retar a don Olfos
Armándose está don Bueso,
Que aunque no le arme amor
Pudieron armarle celos…
El pobre don Bueso era el blanco de todas las críticas. Y se lo tenía merecido, por cretino. Eso no le pasaba al Cid, quien decía que “por besar mano de rey, no me tengo por honrado”.
Es tremendo eso de que todos queramos descubrir la patria, cuando no inventarla. Y también Quintana, fruto de esa imaginación tan española, en su Pelayo, hizo a Máiquez declamar lo siguiente:
“A fundar otra España y otra patria, más grande y más feliz que la primera”.
En fin, que es una delicia leer a Don Ramón.
Miren, esto mismo llevan diciendo nuestros gobernantes desde la época romana. Claro, que quien entendió bien el espíritu hispano fue el gobernador de la Bética, cuando los traidores que mataron a Viriato fueron a cobrar su estipendio canallesco. “Roma no paga a traidores”, les dijo, dejándoles con tres palmos de narices. Pero es que tal gobernador no debiera ser nativo de la Bética.
Los traidores solo tienen recompensa en este mundo, no siempre y si sucede suele ser efímera, pues como su condición es traicionar, acaban traicionándose a sí mismos. El caso es que, como buenos vipéridos, de condición incontrovertible, no pueden evitar su suicidio social, familiar y – en ocasiones – personal. No merece la pena empujarles: se caen solos. Lo veremos pronto.
Francisco Hervás Maldonado, Coronel Médico