Flavio Claudio Juliano (332–363) fue un individuo peculiar, que durante un par de años (361–363) ejerció como emperador romano, aunque antes y solo de occidente ya lo había sido a los 24 años, desde el 355. Era primo de Constancio II (317–361), su antecesor –quien tal vez viéndole el pelaje le cedió la parte occidental para que no diese la murga –e hijo de un hermanastro de Constantino el Grande. Tubo un abuelo llamado Cayonio Juliano Camenio que tal vez fuese un poco traidor (¿a quién, cuyo apellido empieza por Z, le recuerda eso del abuelo traidor…?).
Juliano el apóstata.
Juliano fue llamado “el apóstata”, pues se declaró públicamente pagano y neoplatónico, es decir: partidario de los antiguos cultos a Júpiter, Juno, Neptuno…, así como del esoterismo, con prácticas teúrgicas y místicas (¿a qué actorzucho nos recuerda el dichoso Juliano el apóstata?). El caso es que Juliano había sido bautizado y tal vez para medrar se introdujo en alguna secta secreta, de esas que hay por ahí en todos los tiempos y que solo buscan el poder y otra cosa que rima con poder, que empieza por jota, y que sirve para gozar o molestar.
Desde Constantino, el imperio estaba ya completamente cristianizado y también muchos años antes, el cristianismo ya no estaba mal visto. Es más, la simbología del imperio (águila imperial romana, símbolo de Júpiter) fue cambiada por Constantino el Grande, tras la batalla de Puente Milvio, donde el emperador tuvo una visión que le enseñaba la cruz, mientras una voz le decía: “con este signo vencerás”. Constantino, entonces, ordenó quitar las águilas y se enfrentó a Majencio con lábaros (ver figura), una mezcla de cruz y simbología de Cristo. Su victoria sobre Majencio fue absoluta, quedando como único emperador de Roma a partir de entonces. Y es Constantino (272 – 337) quien mandó edificar la primitiva Basílica Vaticana, sobre cuya planta se alza la actual, al tener información de que en ese lugar se hallaban los restos del apóstol, y primer papa, San Pedro.
Lábaro de Constantino.
Como símbolo de unidad, los romanos – en el 2006 – empezaron a colgar candados de una farola del Ponte Milvio (el puente original se construyó tres siglos a.C.), hasta que se cayó la farola por el peso. Entonces, en el 2007, el ayuntamiento instaló unas barras de acero para poder seguir colgando los candados, cuyos instaladores (parejas de recién casados), tiraban la llave al Tíber, tras cerrar el candado. Igualmente, en casi todos los puentes del río de Roma, la gente sigue poniendo candados en sus verjas y tirando las llaves al agua que corre. Es un símbolo de defensa del matrimonio, de la familia y de la vida (Juliano el apóstata no lo hubiera consentido). Aunque también es una majadería, por supuesto, porque lo único que se consigue es contaminar, En fin, la tontuna es un hecho universal. Yo preferiría que algunos feca-‐actores se pusiesen el candado en los hocicos, pues dudo de que tengan boca, aunque simulen ser humanos. Sería más práctico.
A Theodor Mommsen, historiador, filólogo y premio Nóbel de Literatura en 1902, le caía bastante gordo el apóstata Juliano, de tal modo que llegó a escribir lo siguiente acerca de él:
… pretendió retrasar el reloj de la historia y propiciar el agonizante paganismo una vez más, tras la asunción del poder
Verdaderamente hay gente que se le parece a Juliano, el cual gobernó ocho años y no lo hizo más porque en uno de esos disparates, tan propios de su improvisación y sandez mucha, se metió a conquistar el imperio sasánida, haciendo el ridículo y teniendo que salir por pies. Algo así como ciertos nacionalistas que yo conozco. En una escaramuza, mientras huía, le atizó un jabalinazo un sarraceno al servicio de los persas (¡qué cosas!, un sarraceno poco partidario de la alianza de civilizaciones… que sin duda no era islámico todavía, pues no había nacido el profeta, pero ya apuntaba), precisamente el 26 de junio del 363 (año capicúa). Obasio de Pérgamo, su médico personal, dijo que nada se podía hacer, pues tenía perforados el hígado y los intestinos. Hay quien dice que fueron sus propios hombres quienes lo ensartaron, pero fuera quien fuese, vemos que la historia siempre se repite: el principio de acción y reacción es una realidad machacona y constatable. Ojo, caros (por el coste, no por el cariño) nacionalistas, vigilad la retaguardia. Especialmente vigilad a los vuestros, que son quienes primero os traicionarán. ¿Qué esperáis?
Juliano “el apóstata” era un ambicioso, sin duda, pero como diría Louis Pasteur, “la fortuna juega a favor de una mente preparada”. Un indocumentado, siempre acaba estrellado. Los indocumentados dicen y hacen mucho disparate, pues “la ignorancia es muy atrevida”, pero por eso mismo no pueden perseverar. No hay más que darles cuerda: se ahorcan solos. Toma nota, Arturo. Hoy en día ya no se alancea, pues el cristianismo, de quien tanto reniegan algunos modernos apóstatas, como el inútil ideólogo ese metido a actor, ha conseguido evitar las matanzas (el Islam, por el contrario, es partidario de las ejecuciones, cuanto más masivas mejor, y con la alianza de civilizaciones incluida). La vida puede verse de diversas maneras, pero ni se puede ni se debe mezclar la sal con el caramelo, porque tal mixtura es imposible y el resultado final será o dulce o salado, pero no un intermedio.
Hoy en día padecemos mucho Juliano gobernante e incluso opinante y docente, gente que tienen los sesos como la focaccia: huecos (la focaccia es una oblea que se infla de aire y al partirla ves que es como un globo; una capa finísima llena de aire). La verdad es que la focaccia está bastante buena y con unas gotas de aceite de oliva virgen extra y de vinagre balsámico de Módena, resulta un aperitivo estupendo. Si tienen ocasión de ir a Roma, pídanla en un restaurante que hay en la via de Burrò, junto a la iglesia de San Ignazio. Sin embargo, los gobernantes modelo focaccia son impresentables y uno no debe comérselos, como hacía el Homo antecessor, el de Atapuerca, primero porque destilan veneno en derredor y además, tienen poca sustancia y saben bastante mal, además de que el cristianismo ha dulcificado nuestras costumbres e impedido la antropofagia. Los indígenas, en muchas partes del mundo, eran antropófagos. ¡Qué abuso, el haberlos conquistado para la cultura, con lo bien que estaban, devorándose los unos a los otros! Menos mal que el de intelecto de bajo nivel, metido a actorzuelo, y sus amigotes, no fueron por allí entonces. Pues hay que reconocer que no dan mala canal.
La cara lo dice todo en algunas personas. No se le ve muy limpio tampoco por fuera.
Ahora bien, disponemos de un arma mucho más certera que la jabalina. Se llama voto. Pero, al igual que con la jabalina, hemos de saber apuntar, votando con la cabeza y no con las asaduras, pues el cerebro – cuando existe – es un órgano muy capaz de razonar y de sopesar el bien y el mal de las cosas. Esa es
precisamente la gran aportación del cristianismo a nuestra historia: los principios morales, que es como decir las normas elementales de convivencia, el amor, la piedad, la generosidad, la ilusión de futuro (llámese fe y esperanza), el perdón, la humildad, el olvido de los agravios, la solidaridad, la compañía, el esfuerzo por ayudar a los demás, sea cual fuere su condición, etc. A lo mejor resulta que el cristianismo es más completo que las fantasías seductoras de los apóstatas. Claro, que eso no lo piensan los apóstatas modernos de vía estrecha. La verdad es que esos no piensan nada, porque para pensar hay que poseer un mínimo de cultura y capacidad intelectual. Estos solo tienen ansiedad y avaricia.
En fin, que a veces te toca el tonto y ya se sabe: cuando un tonto coge una linde, o se acaba el tonto o se acaba la linde…
Francisco Hervás Maldonado